A esta afirmación me gusta responder: “no hay días libres porque no hay nada prohibido”. Este pensamiento también es muy común. La gran mayoría, cuando viene a consulta, espera recibir un menú semanal estricto donde, con suerte, aparece un día una casilla de “libre”. Cuando no ven la palabra libre por ningún lado, solo los atrevidos se animan a preguntarme: “¿por qué no tengo ningún día libre? ¿y si quiero ir a cenar con mi pareja, qué hago? ¿me tengo que llevar un tupper? ¿ya no puedo tener vida social?» Nada más lejos de la realidad. Estar en proceso de pérdida de peso y tener vida social son cosas totalmente compatibles.
Además, el tener un día libre suele derivar a ingestas excesivas de aquellos alimentos con escaso o nulo interés nutricional. Es más, el prohibir un alimento solo hace desearlo más. Abajo el ejemplo: prohibir durante seis días determinados alimentos para tener un día libre solo hace que todo aquello que nos apetece a lo largo de la semana, incluso más, lo comamos todo en un mismo día. Y no solo eso, tendemos a comer más de estos productos por miedo a echarlos en falta cuando no se nos permite comerlos. Comemos más y peor. Para mí, ésta no es la solución. Cuando no se prohíben comer X o Y alimentos, ya conseguimos disminuir considerablemente el deseo de comerlos. Esto es así, se quiere lo que no se puede tener. Además, el tener siete días a la semana para comerlos, nos enseña a racionalizar y a aprender. No es prohibir, es dar libertad para elegir aquellas alternativas saludables.

